AWA OKÜM


 
                                                                                      

Eran ya seis las jornadas de infructuosa búsqueda intentando encontrar a Awá Oküm. Aun no sabía muy bien la motivación que lo empujó a iniciarla, pero lo más profundo de su intuición había conectado con aquella misteriosa dama blanca de la que tanto había oído hablar en la ceremonia iniciática.

Desde que Elvira murió en sus brazos, la intuición siempre había sido, para Moche Jiménez, motivación elemental y suficiente en su vida. 

Tomaba su tercer café. Esperaba a que amainara, observando las peripecias del agua en las calles. Corrían, apareciendo prácticamente de la nada, tres palmos de agua por las calles terregosas de Tamarindo.  

Una sudorosa y maloliente congregación de backpackers y surfers apareció estrepitosamente, en la terraza de "El Lechero", para tomar la ducha directamente de los caños de las azoteas. 

A Moche no le gustaba aquellos tipos. Suponía, para bien, que la mayoría sería el "hijo descarriado" de algún adinerado papa yankee. 

Con juventud, tiempo y la vida resuelta yo también haría el gilipollas de la misma forma - pensó - 

Si aquellos mentecatos querían emociones fuertes deberían meterse en la selva un par de noches. Con eso tendrían para contar anécdotas de verdad a sus nietos - seguía Moche rumiando su malhumor - 

La filosofía de vida de Moche era simple. No hay nada como percibir el silbido de la muerte para sentirse vivo. El miedo ancestral es, sin duda, la forma de apreciar y saborear la vida. 

Recordaba la última vez que se halló en una situación así. En la que desconocía el terreno que pisaba, que no identificó la marabunta de sonidos que llegaban a sus oídos, que la visión no aportó más información que una masa de tonos verdes y ocres sumido en un olor acre y húmedo. Esa si era la sensación de estar vivo, estar cerca de la muerte, tirado en medio de la playa, febril y medio inconsciente después de recibir la mordedura de una Sicarius sin saber si vas a sobrevivir o no. 

Para él, bajar de California a hacer surf en las costas de Guanacaste era la máxima representación de la idiotez de un mundo insípido y sin objetivos vitales. 

Y eso solo lo puedes hacer si estas ocioso y tienes guita - rumiaba -

Seguía embaucado saltando de sus reflexiones a sus prejuicios gratuitos. Entonces, en ese momento, de la misma forma que había aparecido el agua en las calles, surgió su silueta delante de los ojos de Moche. 

Estaba totalmente empapada. Su camiseta se adhería a su piel dejando ver con claridad la silueta de sus pechos, pero lo que atrajo a Moche fue la oscuridad de sus pupilas. 

Sé que estás buscando a la Awa Oküm, sígueme - fue todo lo que dijo ella - 

Se giró y echó a caminar, sin ni siquiera esperar a saber si Moche la seguía, y se subió al Santana aparcado en la bocacalle. 

Moche Jiménez se dejó llevar una vez más por su intuición, bueno, también por la imagen que retenía en sus retinas de los pechos adheridos a la camiseta empapada.

Subió en el todoterreno y cerró la puerta. Estaban los dos calados hasta los huesos y el agua chorreaba por los asientos. 

Nuriya se quitó la empapada camiseta, al estilo varonil, sin prejuicios y sin premisas. Se giró y rebuscó en el asiento trasero, y en un visto y no visto tenía una sudadera puesta. Moche aún no había tenido tiempo de cerrar la boca, sorprendido ante tal gesto de naturalidad y desparpajo;

¿Nunca habías visto unas? - dijo Nuriya - 

Moche intentaba exclamar una justificación razonable, pero no encontró palabra alguna. Solo pudo arquear una de sus pobladas cejas y asentir con la cabeza. 

Minutos después, mientras arreciaba el chubasco, el todoterreno salía de Tamarindos.

Awa sabía de tu llegada desde hace años - dijo Nuriya -

Espera, espera. Repite eso - dijo Moche - 

Awa sabía que vendrías. Que pensabas, ¿Qué tu necesidad de buscarla nació de la nada?. Ella te ha estado preparando todo este tiempo, incluso la muerte de Elvira es parte de tu iniciación. 

Moche estaba atrapado por la inverosimilitud del momento. Era imposible que aquella mujer, Awa o cualquier otra persona en Costa Rica supiera nada de su hija. Elvira había muerto hacía ya más de diez años y desde su fallecimiento él no había vuelto a hablar de ella con nadie.

La enigmática mujer contempló la cara de estupefacción de Moche, 

Tranquilo, Awa lo sabe todo, lo ve todo. Ella es todo - afirmó la joven - 

Moche guardó silencio, por un instante su mente se trasladó al momento en el que decidió poner rumbo a Costa Rica. Recordó el momento. En aquellos aciagos días en los que trataba de escribir, o mejor dicho, aquellos días que usó la escritura para no pensar sobre su patética existencia. Llevaba meses vagando y vagueando, había cruzado media Europa en bicicleta con el escaso dinero que tenía entonces, haciendo altos en pequeños pueblos apartados, ofreciéndose a realizar los más variopintos trabajos a cambio de algo de dinero para continuar su viaje a ninguna parte. Durante el viaje, usó los momentos de tedio y descanso para escribir, se lo había propuesto solo para mantener la mente ocupada y canalizar sus diálogos internos. Durante uno de esos momentos, escribiendo sentado en la orilla del Queue de Grand Ëtang, escarbaba en el suelo con el lápiz como sí buscara inspiración entre la arena. Fue así como encontró el llavero enterrado junto a su mochila. Cuando lo limpió, pudo ver un grabado representando un frondoso bosque, y al pie del grabado  "Montezuma, Pura Vida". 

¿Dónde coño estará Montezuma? - se preguntó a si mismo -

Así había llegado hasta aquel país, encontrando un llavero en la arena de la región de Lorraine mientras cruzaba Europa en bicicleta sin saber a dónde ir.

En un gesto instintivo, palpó en su bolsillo buscando el llavero. Eso, y el traqueteo del todoterreno, lo sacó de sus pensamientos.

Por cierto - dijo Nuriya - Sí realmente quieres que Awa te ayude intenta ser franco y honesto con cada palabra que digas. Si no hablas con el corazón, ella lo sabrá. Y entonces,  probablemente preferirás estar muerto. Yo mismo me encargaré de hacértelo pagar, lenta y concienzudamente.

Moche le mantuvo la mirada a Nuriya por unos instantes, trago saliva,

Lo tendré presente - dijo él - ¿puedo preguntarte algo?

Adelante - replicó ella - 

¿Cómo te llamas? Siempre me gusta conocer el nombre de quien me amenaza.

Me llamo Nuriya, Nuriya Chopitle.

¿Sabes una cosa Nuriya?, me gustas - dijo Moche con una sonrisa cómplice en la cara -

Ella apartó la vista de la carretera y lo miró fijamente de nuevo antes de espetar,

Probablemente ahora tenga dos motivos para acabar contigo.


                                                                                         ISIDRO M. SOSA RAMOS 

 


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