CUERPO Y ALMA
Durante muchos años me consideré osteópata, utilicé esta concepción para
definir mi profesión. Para reconocerme y a la vez diferenciarme. Como el resto de los miembros del gremio profesional, tanto coetáneos,
predecesores como sucesores, vivía el imperante existencial de reconocerme como
tal, definirme y auto reforzarme. Darle sentido a mi esfuerzo y a mi
pasión.
Cuando tuve la suficiente experiencia, bagaje y estudio empecé a ser
crítico. A percibir que como colectivo, andábamos bastante perdidos. Nuestra
identidad hacia aguas, sumida en una maraña de definiciones deficientes.
Con los años, mi critica se convirtió en disidencia y discrepancia conceptual.
Como Judas, negué el nombre del Padre tres veces.
Hoy día, gracias a los derroteros de la vida, no me considero osteópata. No
lo necesito en absoluto, me parece del todo superfluo e innecesario para
definirme. Simplemente me considero un curioso del Ser Humano, de su cuerpo, de
su comportamiento y de su alma. Digo curioso ya que esa conceptualización me
parece mucho más elemental y fascinante que el término estudioso. El estudio
requiere de una sistematización y planificación que hoy en día me parece del
todo aburrida y carente de espíritu infantil.
El texto que aparece a continuación es un extracto del texto que escribí
hace uno años, titulado “Traducción libre y ampliada del artículo. The
fascia as the organ of innerness – An holistic approuch based upon a
phenomenological embryology and morfology”.
Considero este fragmento como profundamente interesante, significativo y revolucionario. A mi entender, plasma una visión del Ser Humano diametralmente opuesta a la preponderante.
Hoy en día, y mucho más allá del campo de aplicación del cuidado de la
salud, entiendo que la ruptura de lo establecido y convencional tiene una
significancia, connotaciones y matices sociales sobresalientes. Eso me ha
impulsado esta mañana a rescatar el fragmento en cuestión.
"En los últimos tiempos la osteopatía está experimentando un giro
hacia sus orígenes, una deriva de regreso hacia los conceptos y definiciones
fundamentales. Quizás debido al hecho de percatarnos que hasta ahora existía
una intención manifiesta, por parte de nuestro colectivo, hacia el acercamiento
a los postulados clínicos y médicos convencionales.
Este acercamiento ha aportado grandes avances, en cuanto a la aceptación de
la osteopatía como una disciplina con cierto prestigio y reconocimiento,
incrementando su demanda por parte de la población. A la vez ha limitado el
entendimiento acerca de los conceptos de integración y visión holística que la
fundamentan y generado entre propios y extraños un concepto acerca de la
disciplina bastante ambiguo e incluso erróneo.
Hoy en día, la mayoría de las personas que tienen alguna noción sobre la
osteopatía ciñen su idea a una disciplina que manipula articulaciones, para
recolocarlas, eliminando así lesiones osteoarticulares. Además, son incapaces en
determinar las diferencias entre fisioterapia, quiropraxia y osteopatía (remito
al lector a consultar la publicación de la OMS de 2010, “Benchmarks for
training in Osteopathy”).
Esta tendencia hacia lo clínico, hacia lo analítico, ha puesto de manifiesto
los miedos ancestrales y los complejos de inferioridad de un colectivo que no
ha sabido encontrar su referencia dentro del contexto social actual.
Probablemente sustentados de una parte por las duras concesiones ideológicas,
realizadas por las generaciones de osteópatas americanos posteriores a
A.T.Still a inicios del S. XX, que avocaron al colectivo a renunciar a parte
del acervo e ideario original de la osteopatía para poder entrar a la
disciplina médica.
Por otro lado, en el contexto de la osteopatía en España se da una carencia
de legislación que ampare, proteja y defina la profesión de la osteopatía como
una disciplina ajena, pero paralela y afín, de las disciplinas médico-clínicas.
Retomar los conceptos y principios básicos de la osteopatía, volver a su profundo estudio y entendimiento, es una necesidad imperiosa para encontrar nuestro lugar, nuestra identidad dentro de los servicios para la salud y el bienestar de las personas.
Asimilar que el organismo humano es una matriz integrada y dinámica, una
estructura indivisible a la hora de estudiar su funcionamiento y su
fisiología.
Recordar que la dinámica del cuerpo humano se sustenta en el movimiento
constante de materia y energía, en un equilibrio interno mantenido por un
intercambio perpetuo con el entorno.
Reducir los sistemas del organismo (soportando esta idea en el hecho de que
existen solo cuatro tipos de tejido) a sistema de flujo neural, sistema
de flujo miofascial y sistema de fluidos (incluiríamos epitelios, sangre y
restos de fluidos orgánicos).
Comprender que la “Ley de la arteria” es mucho más que la deducción de sentido común de que donde llega la sangre el tejido está vivo y donde no llega el tejido degenera y muere.
Entender la sangre no como un fluido corporal sino como un tejido vivo, un
derivado del tejido conjuntivo que junto a la fascia envuelve, nutre, soporta,
diferencia e integra el organismo humano.
Por estos motivos creo que es interesante pararse a reflexionar acerca del
concepto de fascia que creemos tener, ¿es correcto, es lo suficientemente
amplio y específico, comprendemos de manera clara su función y su dimensión?
La revisión de la definición y la terminología sobre la fascia y el tejido conjuntivo
está fundamentada en la extensa diversidad e inconsistencia de los términos
usados hasta ahora para hacer referencia a ella.
De hecho, la anatomía del cuerpo humano está implícitamente estructurada
sobre conceptos y principios que faciliten determinar de manera discreta (es
decir, de forma discernible y diseccionable) las estructuras topográficas y
partes del organismo.
Por esta razón, los conceptos y términos utilizados hasta la fecha para
hacer referencia al tejido conjuntivo son meramente descriptivos de donde están
situados y distribuidos. Estos conceptos no hacen ninguna referencia acerca de
cómo funcionan ni qué relación tienen con los tejidos y estructuras
colindantes.
Hoy en día, en el campo de la osteopatía, la fascia es por un lado un
concepto esencial y extendido, por otro lado un concepto ambiguo y
deficitariamente definido tanto en criterios morfológicos y anatómicos como
funcionales. Es tal la magnitud de las carencias de definición que es difícil
interpretar la siguiente cita de A.T. Still sin quedar perplejos o pensar qué
al pobre Andrew se le había fundido algún plomo;
“El alma del ser humano, con todas sus corrientes y flujos vitales, parece
habitar en la fascia del organismo”.
Si tenemos en cuenta los principios fundamentales de la osteopatía, que
toman como piedra angular la interrelación e interacción que se establece entre las
diferentes estructuras y funciones que acaecen en el interior del cuerpo
humano, nos percataremos que la nomenclatura anatómica convencional puede
jugarnos un flaco favor a la hora de comprender y trabajar para con el
equilibrio funcional de nuestros organismos.
En el marco del II Congreso Internacional de Investigación sobre la Fascia
(2009) la comunidad investigadora describió los nuevos criterios y la
reformulación del concepto “fascia” como “conjunto de tejido fibroso colágeno
que constituye un sistema de transmisión De fuerzas e información a lo largo y ancho del organismo”. Esta nueva
visión de la fascia está inspirada en las recientes descripciones de la
red fascial en términos de estructuras tensegritivas.
¿Qué tipo de órgano es la fascia, que por un lado es considerado como el
sustrato corporal de los tratamientos y manipulaciones osteopáticas, por otro
lado representa el sustrato funcional de un sistema de tensegridad y por último
pero no menos importante es considerado un tipo de órgano o sistema transanatómico
que alberga el alma?
¿Qué tipo de morfología y anatomía necesitamos para entender la
arquitectura funcional de este tejido u órgano multifuncional.
Introducir una aproximación desde una embriología fenomenológica y una
arquitectura funcional de la morfología del tejido conjuntivo podría
elucidar esta multifuncionalidad de la fascia.
En primer lugar, estudiar la embriología funcional del tejido conectivo y
la fascia nos ayudaría a responder a la pregunta ¿De dónde deriva
embriológicamente el tejido fascial y qué modalidades funcionales de la fascia
podríamos deducir de ello?
En segundo lugar (poniendo el foco de atención en la incapacidad inherente
y la incongruencia que presenta la terminología anatómica convencional para
describir las relaciones espaciales y funcionales de la fascia),
introduciremos un concepto de fascia de acuerdo con nociones y términos
arquitectónicos. Remarcando que este concepto es instrumental para comprender
la fascia como un órgano de transmisión de fuerzas, movimiento y sensibilidad.
En tercer lugar (basado en la visión de la embriología fenomenológica),
introducir un concepto de fascia como órgano que pueda ser entendido de mejor
manera definiendo la arquitectura y función del tejido conjuntivo y muscular
como una dimensión o función integrada y única del cuerpo humano encargada de
la postura, locomoción y sensibilidad.
Por último, entender que la fascia y la sangre, como derivados embriológicos del mesodermo, representan la parte anatómica de lo que A. T. Still definía como el “yo mismo”, lo “intrínseco a mí”, el alma".
ISIDRO M. SOSA RAMOS
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