UN PIANO Y UNA PLAYA

                                                                            
Sinceramente no puedo dar credibilidad a lo que dices, es imposible mantener durante tanto tiempo una mentira de ese calibre. A parte de insano, me parece del todo bajuno e hipócrita - sentenció Sigrid. 

Una mirada franca y directa con una sonrisa medio torcida fue toda su apelación. 

Al menos, ¿algo de toda esa sinrazón, alguno de esos momentos significó algo para ti? ¿quizá alguna persona? - preguntó ella - 

Te contestaré, dijo Björn sin inmutarse, mirando fijamente en las pupilas azabaches de su interlocutora.

El momento que te voy a narrar no era, a priori, más que uno de tantos momentos de clandestinidad de aquellos tiempos, en los que era difícil distinguir quien era yo y cuales eran mis circunstancias. 

Alba, fue víctima y verdugo. Me había invitado a encontrarnos frente a la puerta de la sede del orfeón. Quería compartir conmigo un momento especial. Yo pensaba en lo de siempre, no voy a dar más detalles. 

Cruzamos el umbral, creo recordar que no había nadie allí, creo que ella misma abrió la puerta con una llave. Aquello me parecía más un mausoleo que un orfeón, pero bueno, yo no entendía, ni entiendo mucho de orfeones. 

Entramos en la sala principal, paradójicamente, había un piano en el centro del escenario. Ella ascendió lentamente por los peldaños de madera que crujieron sucesivamente en el ascenso. Me invitó a seguir sus pasos con una mirada. 

Cuando ya estaba junto a ella me preguntó;

- ¿Alguna vez has experimentado la sensación de escuchar un piano tumbado bajo él? 

Creo que mi cara lo dijo todo en aquel momento, obviamente no lo había experimentado. 

Me tumbé bajo el piano y ella se sentó delicadamente frente al teclado. Primero tocó algunas notas sueltas, como si hablara con el instrumento. Las notas resonaban en mi pecho como si alguien golpeara un enorme gong delante de mí, vibraba todo mi cuerpo. 

Me invitó a cerrar los ojos y después, ella, simplemente creo música celestial. Tras una experiencia de ese calado me costó salir de debajo del instrumento. Volver a la crueldad del mundo después de visitar el paraíso. 

Ese día, tras la experiencia, nos abrazamos, nos besamos. 

Hubo un encuentro más con ella, pocos días después, en una paradisiaca playa. Allí, nos deleitamos con el espectáculo de ver al sol y la luna compartiendo el atardecer. Allí, clandestinos, hicimos el amor por primera y última vez.

¿Volviste a saber de ella? ¿Volvieron a verse? - preguntó Sigrid - 

Después de aquello la vi dos veces. La primera de las ocasiones fue a los pocos días, insistí en vernos. Quería hablar con ella, para serte sincero no sé muy bien de qué. Siendo honesto, probablemente solo quería comprobar que en aquel primer acto habíamos consumado y consumido toda la pasión de nuestra historia. Así fue, no quedaba ni el mínimo rescoldo del fuego que compartimos. 

La ultima vez que la vi, creo que ella también me vio pero opto por disimular, iba paseando con su hijo de la mano. Unos pasos delante de ella iba un tipo muy maqueado y altivo, supongo que era su marido. 

Solo recuerdo su mirada mustia y sin color. 

Pero no me has explicado cual es la trascendencia de ese momento, ¿Cuál fue tu reflexión? ¿Qué significó para ti? ¿Cuál fue el aprendizaje? 

Mira Sigrid, es muy sencillo. Todos albergamos la grandeza y la bajeza, cada uno de nosotros es capaz de lo hermoso y de lo gris y torcido. Tenemos dos caras. 

En ocasiones, arrastramos las cadenas de nuestras decisiones, somos cobardes, pusilánimes. Mediocres y menguantes por no afrontar una realidad que se aleja de nuestros sueños. 

Y sin embargo, todos portamos una luz, una magia que nos engrandece. Somos seres maravillosos cuando nos entregamos a la vida. Cuando, con valentía y decisión, hacemos lo que nos dicta nuestra parte mas auténtica. 

Entonces hubo un silencio, minúsculo y eterno. Se miraron a los ojos y ambos esbozaron una sonrisa cómplice, mientras brindaban con tequila. 

                                                                                        ISIDRO M. SOSA RAMOS 


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