ADÚ, MASSAR Y EL CÍNISMO
Hoy quiero contarles una historia antes de darles mi opinión al respecto. Sin más demora empezamos.
Adú y Massar son migrantes, salieron respectivamente desde Camerún y Etiopía, probablemente en diferentes momentos pero por circunstancias y necesidades parecidas.
Adú era un crio de aproximadamente 4 años, se vio abocado a la huida por circunstancias ajenas a él. El día que todo comenzó, acompañaba de regreso a casa a su hermana, atravesaban una zona de selva limítrofe al Parque Natural de Los Elefantes. De súbito, mientras conducían su bicicleta, escucharon varios disparos. De manera instintiva, se detuvieron y echaron el cuerpo a tierra, permaneciendo inmóviles unos segundos. Se aproximaron sigilosamente a la zona de la que provenían los disparos y pudieron ver a un grupo de furtivos que tras abatir a un gran elefante estaban en la tarea de cortar los colmillos del animal con motosierras.
Fueron descubiertos y debieron huir rápidamente, se escabulleron en la maleza y consiguieron no ser atrapados, pero olvidaron recuperar su bicicleta. Ese mismo hecho fue el que posteriormente los delató. Con la ayuda del cacique del poblado, los furtivos consiguieron averiguar dónde encontrarlos. La noche siguiente dos de aquellos esbirros entraron en su covacha, su madre consiguió entretener a los asaltantes y esa fue la posibilidad de escapar para Adú y su hermana. No así para su madre, primero fue pateada y después ejecutada con una ráfaga de Kalashnikov.
En su huida, el pobre Adú se deshidrató y calló al suelo desmayado. Cuando su hermana reaccionó, lo cogió en sus brazos y lo acercó hasta el rio para refrescarlo y hacer que volviera en sí. Cuando Adú recobró la conciencia le preguntó a su hermana,
¿Qué hubieses hecho si yo hubiese muerto?
Ella con una calma y una resignación impropia de una cría de su edad le contestó, sin expresión de duda o pesadumbre, mirando al horizonte,
Continuar adelante.
Con la ayuda de su tía materna consiguieron un “pasaje” en camión hasta Marruecos, pero aquello no salió bien y terminaron jugándose el pellejo colándose en el tren de aterrizaje de un avión con destino Paris, vía Dakar.
En el primer trayecto la hermana de Adú pereció congelada y cuando el tren de aterrizaje se abrió para tomar tierra se precipitó al vacío. Adú consiguió bajar del avión y se desmayó a los pies de los mecánicos del aeropuerto, cuando despertó estaba en la oficina de la guardia aeroportuaria.
Enfrente de él, mirándolo con una gran sonrisa y haciendo trucos de magia con bolas de pingpong, estaba Massar.
Massar era un quinceañero somalí, durante los dos últimos años había cruzado de este a oeste el continente africano, y tras intentar embarcar en un vuelo a Bruselas con documentación falsa fue puesto a custodia de la misma guardia aeroportuaria.
En su periplo hasta Senegal había vendido su cuerpo innumerables veces para costearse el viaje. Participando en espectáculos transformistas para los camioneros del lugar donde recalaba, y tras los shows, se ofrecía a los conductores.
Aunque aún no lo sabía, había contraído el SIDA.
Fueron trasladados a la gendarmería de la ciudad, pero milagrosamente a las puertas de la mismísima comisaría lograron escapar. Prosiguieron juntos su viaje hacia el norte hasta llegar a el monte Gourougou, allí, aguardaron la posibilidad de saltar la valla de Melilla. La espera se prolongó durante semanas, semanas que agravaron el delicado estado del sistema inmunológico de Massar. El muchacho estaba muy preocupado, sabía que si le pasaba algo a él Adú quedaría abandonado a su suerte, y eso no pensaba permitirlo. Decidió que intentarían cruzar a nado, con la ayuda de cámaras de neumáticos como flotadores, desde el lado marroquí hasta Los Cortados de Aguadu. Y lo harían al anochecer, evitando ser vistos.
En la travesía a nado, el cabo que unía los neumáticos se rompió y Adú vago a la deriva el resto de la noche. Con la misma fortuna que Massar consiguió eludir la muerte al ser localizado por la patrullera de la Guardia Civil.
Se creían a salvo, pero al llegar a tierra las autoridades decidieron devolver al lado marroquí a Massar, no se creían que fuera menor. Y así fue como Adú terminó con sus huesos en el centro de acogida temporal de menores de Melilla. Solo, huérfano, triste y asustado.
No sé cómo acaba la historia, lo que he narrado aquí es solo parte de la trama y el guion de la película “Adú”.
El asunto es el siguiente, durante el film me pregunté si aquello podía ser una de tantas historias reales que suceden en África a diario. Me sentí avergonzado de mí mismo y me contesté, la realidad seguro que supera a la ficción.
En los créditos finales de la película se mostraban los datos siguientes,
“Durante el año 2018, 70 millones de personas dejaron su país de manera ilegal buscando un futuro mejor, la mitad de esos inmigrantes fueron menores de edad”.
Si los datos son ciertos, 35 millones de historias, más o menos dramáticas, como las de Adú. El tema es que estos 35 millones son reales. ¿Cómo se les queda el cuerpo?.
Mi opinión hoy es breve y directa. Yo creo que somos unos cínicos, por decirlo fino. Cínicos como el Cabo Primero de la Guardia Civil (y vaya por delante que no tengo absolutamente nada contra La Benemérita) que aparece en la misma película, cuando afirma que los africanos deben resolver sus problemas sólitos y en su país.
Me llamo y les llamo cínicos, discúlpenme, aunque me redunde, pero no voy a pedir disculpas. Es más, me ratifico.
La mayor parte del tiempo no queremos saber de los problemas de los demás, cuando le prestamos atención normalmente optamos por resignarnos aludiendo a que el mundo "es así" y no lo podemos cambiar, cuando decidimos hacer algo preferimos hacerlo tomando distancia (esa distancia que toman, por ejemplo, algunos médicos en su trabajo para no implicarse emocionalmente y no sufrir demasiado). Eso sucede, básicamente, ya que optamos por preservar nuestra integridad, ponernos a salvo. Cosa que por otro lado es uno de los instintos más elementales, totalmente comprensible.
Para no aburrirles, no estoy seguro de que realmente nos importe un carajo lo que pasa, aunque a veces nos sonroje o avergüence la realidad. Creo que nos engañamos a nosotros mismos y entre nosotros. Si, nos engañamos. De ahí nuestro cinismo.
Si quieren entenderme, remítanse a “Imperios y Esclavos” para no redundar con los datos.
Yo voy a reclamarle a la compañía telefónica los gigabytes que no consumí el mes pasado, que para eso pago tarifa plana. Qué esto sí son problemas reales y no lo que pasa en África. Palabra de europeizado y acomodado cínico.
ISIDRO M. SOSA RAMOS
Nota de agradecimiento:
Para terminar, y que no se me olvide, me gustaría agradecer en estas ultimas líneas la desinteresada y siempre hermosa colaboración de Ermelinda Martín. Amiga, escritora y fotógrafa excepcional. Sus fotos están llenas de salitre, espíritu y lava. Mil gracias.
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