LE SCARABÉE VERT

                                                                   

Algunas vivencias se desencadenan como las tormentas de verano. Son repentinas, imprevisibles, incluso con inicios desconcertantes.

Mis días en los Alpes se sucedían como una suave melodía, con la mente relajada y sin darle demasiadas vueltas a todas las circunstancias que me rodeaban en mi vida cotidiana. Las incertidumbres, dudas y miedos quedaban lejos, muy lejos. Nada perturbaba mi mente, simplemente me sentía presente. 

Repasaba las primeras jornadas del tour y recapitulaba mi impresión sobre las personas que me acompañaban en mi periplo por las montañas.

Había usado durante años la expresión “perro azul” como calificativo para aquellas personas que me sorprendían por su carácter diferente, que disponían de una personalidad fuera de lo común. A veces seres histriónicos, en otras ocasiones seres rebeldes, a veces seres especialmente inteligentes o con ideas tan revolucionarias como incomprendidas. Hombres y mujeres que me parecían singulares en algún aspecto.

Durante aquella travesía alpina me vi forzado a buscar un nuevo calificativo, más suave, sutil, delicado. Un nuevo orden caracterológico para aquellas personas, lo denominé "Scarabée verd".

Quise particularizar la hermosa rareza de los seres humanos. Esa rareza que se encuentra en unos ojos verdes que se vuelven grises cuando cambia la luz, esa singularidad que se percibe en los silencios llenos de presencia, esa huida reflejada en los pasos acelerados, ese aplomo tranquilo, esa inocencia de adulto confuso, ese recuerdo mecido en la melancolía, ese embrujo envuelto de pizpireta escandalosa, esa magia ancestral envuelta en canas, ese amor sin quererlo, esa sensibilidad plasmada en imágenes, esas preguntas inocentes llenas de intención, esa timidez de ojos huidizos o esa búsqueda constante de lo que nunca se encontrará en otro. 

Le scarabée verd” aglomera a personas que me sorprenden por su sutileza, por poseer una delicadeza extraordinaria. Seres sutiles en el interior de cuerpos humanos.

Pues bien, aparecieron ante mí no uno, ni dos, ni siquiera tres scarabée verd. Aparecieron ante mí hasta una docena de aquellos seres. 

Esos seres aparecieron como una revelación de la Naturaleza. Una revelación en forma animal. Apareció materializado como un escarabajo de color azul cobalto (o quizás azul eléctrico, o azul sin más).  

Surgió ante mí mientras yo contemplaba desde la terraza del Refugio Bonatti la inmensidad rocosa del macizo Surgió ante mí mientras yo contemplaba desde la terraza del Refugio Bonatti la inmensidad rocosa del macizo alpino. Subió correteando por mi mano apoyada en el césped, sacándome repentinamente de mi embelesamiento.

Había visto a muchos de sus congéneres los días anteriores, pero ninguno de ellos llamó mi atención. Este era diferente, de alguna forma tenía la habilidad necesaria para captar mi atención. Cuando aprecié con detenimiento el animal en seguida me di cuenta. Aquel animal representaba la peculiaridad, la singularidad manifiesta. No solo por su color, también por la geometría de los agujeros que hacía en las hojas mientras las devoraba o por el movimiento sincrónico y torpe de sus patas, aquel bicho era singularidad. 

Aquellos instantes de conexión animal me ayudaron a comprender un poco más al Ser Humano. De alguna forma, aquel escarabajo me estaba dando una clase magistral de entendimiento. 

Como si fueran flashes, aparecían en mi mente las historias, vivencias, alegrías y pesares de  cada uno de mis compañeros de travesía. De alguna forma, el escarabajo me quería mostrar la grandeza y la insignificancia de cada uno de nosotros. Podía conectar con cada uno de ellos, como si pudiera bucear dentro de sus emociones y sentimientos. Alegrándome con sus alegrías y entristeciéndome con sus penas. Una especie de viaje psicodélico dentro de múltiples mentes, pero dotado de clarividencia y comprensión. 

Pude entender sus defectos y debilidades, pude comprender sus reacciones, conseguí interpretar sus silencios y limpiar sus culpas. Incluso pude poner luz en sus partes más oscuras.

Entonces, el escarabajo decidió marcharse, había terminado su tarea. Desapareció nuevamente entre la hierba.

Me hubiese gustado compartir mi experiencia con mis compañeros de viaje, pero en aquel momento no me atreví. Pensé que me tacharían de pirado, flipado o lo que sería peor. Pensé que, incluso, podrían reírse de mí. Supongo que la mezcla de cansancio acumulado, la imponente visión de aquellas montañas y mis propias sombras me turbaba la mente. 

Decidí guardarlo para mí. Sin embargo, los días compartidos me hicieron recapacitar. Si la vida se caracteriza por algo es por lo que compartimos con los demás. Vivir es compartir, me dije a mi mismo. Tenía un plan, esperaría a que se acabará nuestro viaje juntos, entonces, lo llevaría a cabo. 

Una vez que cada uno hubo regresado a su hogar, con la excusa de promover mi torpeza literaria entre ellos, escribiría un texto acerca del significado personal del viaje que compartimos.

Esa sería la táctica perfecta para darles mi agradecimiento por todo lo que me enseñaron de mí mismo.

El texto hablaría sobre la vida y la muerte, sobre las luces y las sombras, sobre virtudes y defectos, miedos y esperanzas, principios sin fin y fin sin principios. Intentaría plasmar lo que somos, nuestras vivencias compartidas. Es probable que entre ellos surja la necesidad de reconocerse, de identificarse en alguna parte del relato, espero que no se decepcionen al no poder hacerlo, que no se sientan confusos si se perciben a sí mismos disueltos en el todo. Pues esta es una carta sin remite y una historia sin protagonistas. Una ínfima muestra de la vida.

P.D.:

Así surgió este relato personal e íntimo. Espero que algún día mis compañeros de peripecias lean estas líneas, que plasman mi agradecimiento a la bella singularidad que albergan. 

Dedicado a todos los perros azules y los scarabée verd de mi vida.

                     

                                                                                         ISIDRO M. SOSA RAMOS



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