SIDI-BEL-ABBÉS


                              Foto: Isidro M. Sosa Ramos 

Miró el brocal del pozo y apoyó las manos en los horcones, deslizando la mirada hasta el punto de luz del espejo del agua. No conseguía apartar de su mente aquellas caras, aquellos rostros que lo perseguían en sus recuerdos. Suponía que era el precio que debían pagar los tipos como él. Suficientemente valiente para no temer por su vida, suficientemente desalmado para matar sin preguntar, suficientemente cobarde para negarse a hacerlo cuando sabía que no era justo y suficientemente canalla para traicionar hasta a su madre si el precio era bueno.

En circunstancias normales estaría ahogando a todos aquellos rostros en alcohol y descargando el menosprecio que sentía hacia sí mismo follando y consumiendo absenta en burdeles de algún puerto argelino. Sin embargo, llevaba ya cuatro largos meses de huida, justo desde el momento que acuchilló al Sargento Liubille, hasta desangrarlo. No le quedó otra que desertar y escapar. 

Desde que abandonó precipitadamente el campamento de Sidi-Bel-Abbès habían puesto precio a su cabeza, y hasta que no saliera de África no estaría a salvo. 

Semanas atrás tuvo que saltar del tren de mercancías que lo llevaba de forma clandestina a la frontera con Mauritania antes de que un control de la gendarmería ferroviaria diera con él. Desde entonces el plan era claro, encontrar Meteora. 

Según los delirios de Rudolf von Aschlitz, Meteora poseía una información vital para el Konrad-Adenauer-Stiftung. La escasa y caótica información que von Aschlitz le contó en el fin de sus delirios acabo con la sentencia, 

"Estimado amigo, Meteora está en Argelia, intentando llegar a Marruecos. Si quieres tener opciones de regresar a Europa, ese será tu as en la manga. Busca a Meteora en la Ruta de Algiers, dirección Rabat". 

Tras semanas de viaje y búsqueda sabía que estaba en aquel grupo y que la información que poseía era el salvoconducto perfecto para negociar a cambio de un visado diplomático en el Consulado Alemán de Rabat, pero desconocía la identidad. Hasta averiguarlo, estaba a merced de las circunstancias y dejado de toda protección que no fuera su habilidad para matar y su instinto. 

Están en algún lugar entre Sfissifa y Bouarfa, sin saber si seguían en Argelia o habían atravesado ya la frontera. 

No le gustaba la compañía, le repetía una y otra vez su instinto. Aun así, era preciso continuar en aquel grupo hasta descubrir cuál de aquellos infelices era su salvoconducto a Marruecos.

Viajaba desde hacía dos días con un pequeño grupo. Dos tipos de intenciones muy dudosas, con mirada esquiva, con continuos cuchicheos en alguna lengua balcánica y miradas lascivas. Una mujer, casi una muchacha, de buen talle aunque algo flaca y ojos expresivos. Portaba en brazos una criatura que apenas superaba el año y a su lado siempre iba un chico de mirada triste, cara llena de barro y mocos, de figura escuálida y de unos seis años. Cerraba el grupo una anciana. Estaba tan arrugada y flaca que era imposible saber su edad. No había hablado nada en aquellos dos días. Siempre iba diez o quince pasos por detrás del grupo, cantando lo que parecía un lamento. Profundo y plomizo.

Con un sol de justicia castigando su chamuscada piel, continuaba con la ardua tarea de izar agua desde el fondo menguado del pozo, entonces, se acercó hasta él uno de los balcánicos.

Sé que estás buscando a Meteora, yo soy Meteora - afirmó Dragan Kulic - 

No hubo respuesta, con un movimiento rápido e imprevisible desenvainó La bayoneta que llevaba al cinto y trinchó el costado derecho de Kulic mientras lo sujetaba contra él rodeándole la cintura con su brazo. Los ojos de Kulic se fueron apagando mientras escupía borbotones de sangre. 

Cuando soltó el cuerpo del malogrado Dragan, su partener corría duna arriba con cara desencajada y pasos trastabillados. Se tomó unos segundos antes de comenzar a perseguirlo. Sabía que el miedo se encargaría de agotar rápidamente los esfuerzos de aquel infeliz. Cuando media hora más tarde le dio alcance no hubo tiempo más que para que le abriera el gaznate. 

Cuando su sombra comenzaba a descender la pendiente de la duna que daba al pozo la anciana estaba sentada con la espalda apoyada en el murete del pozo con el muchacho mocoso cogido por los pelos y un pequeño cuchillo de degollar gallinas en el pescuezo del chaval, mientras la muchacha contemplaba aterrorizada la escena sin poder mediar palabra mientras tapaba la cara del bebe. 

Anciana, no quiero tener que arrancarte la piel a tiras. Hazte el favor de soltar al muchacho - Espetó sin el menor gesto de preocupación - 

Yo soy Meteora - replicó la anciana con tonito sarcástico - 

Mientras carraspeaba entre pequeñas carcajadas no tuvo tiempo de percatarse como la bayoneta volaba para terminar entrando por su  boca desdentada. 

Bueno, ahora que estamos los cuatro solos me vas a decir quien de vosotros tres es Meteora - dijo - mirando fríamente a la joven mujer mientras sacaba de un tirón la bayoneta de la cabeza de la vieja.

Los tres somos Meteora - respondió la mujer - Nos han usado como recipiente, portamos en nuestra sangre algún tipo virus letal, y solo el bebé es el portador del antídoto. 


                                                                                                    ISIDRO M. SOSA RAMOS

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