ANTS & Co.

 

Foto: Isidro M. Sosa Ramos 

Yo mantenía la mirada fija en el movimiento de las hormigas, en su ordenada hilera. El tránsito era incesante, ordenado, ágil. 

Cientos de aquellos diminutos animales desempeñando su tarea de forma coordinada y armoniosa. Unos portando alimento, otras materiales de construcción, otras parecían dar órdenes, otras simplemente se detenían, friccionaban sus antenas unas con otras y después continuaban con frenesí su camino.

Seguí con la vista la hilera de hormigas. Descubrí que a una decena de metros en una pequeña elevación, en un rincón del jardín se encontraba el hormiguero. Varios caminos partían y llegaban hasta él. 

Decidí acercarme hasta allí y sentarme cerca. Alrededor de la entrada había amontonados diferentes tipos de arena, pequeñas piedras, semillas de diferente forma, pequeños palitos y algún insecto muerto y un grupo de pequeños animales blanquecinos, parecidos a pulgas pero blancas. 

En la entrada había un grupo de hormigas grandes, con unas tenazas desproporcionadas para el tamaño de su cuerpo. El resto de las hormigas entraban y salían del hormiguero tras recibir la orden con un rápido movimiento de patas y antenas. En ocasiones, aquellas feroces hormigas grandes denegaban el acceso a alguna hormiga. La rechazaban a empujones.

Aquella mañana había llovido y aún olía a tierra mojada y se podía apreciar las gotas de rocío sobre el césped, sin embargo hacía calor.

Tomé un pequeño palo y acerqué un extremo a la entrada. De inmediato, las hormigas guardianes intentaron hacerse con el palito, se aferraban, mordían y sacudían la cabeza. Cuando lo solté, apartaron el palo con premura de la entrada. Tras dar unas órdenes, un grupo de hormigas salió del hormiguero y transportaron el palo hasta sacarlo del medio del tránsito. 

Aún me quedaba algo de mi merienda, tomé unos trozos de galleta y los fui colocando en sitios estratégicos. En medio del camino, en la entrada, debajo de alguna piedra o en medio de un pequeño charco. Era increíble cómo se organizaban para hacerse con la comida. La primera que lo detectaba iba en busca de dos o tres hormigas. Tras recibir la información, una regresaba al hormiguero y las otras dos acompañaban a la descubridora del botín. Mientras, el resto de las hormigas seguían con su tarea previa. Al rato aparecía una cuadrilla de hormigas que tras hacerse con los pedazos de galleta los troceaban y porteaban al hormiguero. En la entrada, nuevamente las guardianas supervisaban la carga y daban instrucciones para llevarla al interior del hormiguero. 

En un determinado momento, algo cambió en la entrada del hormiguero. Las hormigas guardianes comenzaron a desviar el tránsito hacia pequeños accesos que estaban detrás de la entrada principal, como si quisieran despejar el área principal. Entonces comenzaron a salir del hormiguero unas hormigas grandes, diferentes a las demás, con alas. Se agolpaban alrededor de la entrada, a los pocos minutos comenzaron a volar y a alejarse del hormiguero en diferentes direcciones.

Al rato apareció un pequeño ciempiés cerca de uno de los caminos del hormiguero. Lo que sucedió a continuación debió ser lo más parecido a una guerra de insectos. 

Las hormigas cambiaron sus itinerarios dejando libre los caminos, rodeando en torno al ciempiés. Hicieron presencia lo que debía ser el ejército o la policía-hormiga. Rodearon al ciempiés y se dispusieron a atacar. Las primeras hormigas sucumbieron a las mandíbulas del ciempiés, hasta que poco a poco fueron reduciendo su movilidad y acorralándolo. Atraparon al insecto pata por pata, y después atacaron la cabeza del animal. Minutos más tarde, estaban despedazando al bicho. ¿Podrían hacer lo mismo con el hámster de mi hermano, con el perro del vecino o incluso conmigo? Fueron realmente feroces y despiadadas. 

Yo estaba anonadado contemplando aquel minucioso espectáculo natural. Prestaba atención a todos los detalles, el movimiento de antenas, patas y abdómenes, la minuciosidad en los trabajos era asombrosa.

Entonces noté como se acercaban unas pisadas en el césped, era mi madre. Venía a recogerme, era el momento de la ducha. 

Pensé que sería estupendo poder salir al jardín de nuevo mañana. Quería aprender más de la Naturaleza, debía buscar la forma de hacérselo entender a mi madre. 

De camino a la ducha, de mano de mi amorosa madre pensé, me resultaba tan curioso el comportamiento de los adultos, siempre tan atareados con su orden, sus horarios, sus responsabilidades, sus tareas domésticas, sus citas, sus preocupaciones, sus reuniones sociales, ...

A todas estas ya me encontraba desnudo dentro de la ducha, recibiendo ese primer desagradable chorro de agua a veces muy fría, en otras ocasiones demasiado caliente. Por eso odiaba ducharme. 

Pensé de nuevo. Los adultos deberían observar más y hacer menos, se aprende mucho observando. Ellos creen que lo saben todo, actúan como si lo supieran. Pero son incapaces de detenerse a mesurar la importancia de observar la conducta de las hormigas o valorar la desagradable sensación que tiene un niño al someter su cuerpo a estos cambios bruscos de temperatura. 


Pensé de nuevo, espero que mañana no llueva y que mi madre no decida ir al supermercado, así podré salir al jardín para llevar comida a las hormigas o quizá pueda cazar algún ciempiés para ellas. 

¡¡¡Ahhhhhggg!!!! Detesto el brusco estilo de mi madre para secarme el pelo, además esta toalla raspa - me digo a mí mismo indignado - 

Lo siento cariño, pero tu pijama favorito está en la lavadora, hoy dormirás con el de lunares - me dice mi madre - 

 Definitivamente el paraíso está en el jardín.


                                                                                                      ISIDRO M. SOSA RAMOS


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