EL CASO MTHERADI (segunda parte)
Al cadáver lo habían sometido al mismo macabro procedimiento que a la
desafortunada Srta. Mazic. Ambos detectives se mantuvieron de pie junto a la
cinta policial, él con las manos cruzadas en la espalda y con la mirada
perdidamente fija en algún punto de las cuencas oculares vacías de la Profesora
Angerthoz, mientras Lecrerq se retocaba el perfil labial antes de sentenciar;
Dru, no pinta nada bien. Tengo la sensación de que esto no ha hecho más que empezar.
No me jodas con tu positivismo Lecrerq - escupió Drummond -
Se miraron fijamente durante unos instantes, ambos con una mirada tan
desafiante como cómplice. El detective Drummond se giró sobre sí mismo y
comenzó a caminar hacia el Land Rover.
Vamos, mueve ese culito. Tenemos que hacer una visita.
Llevaban 7 años trabajando juntos, desde que Lecrerq dejo la Escuela de
Inspectores graduada como primera de su promoción y con carta blanca para
elegir Departamento. Sin dudarlo un segundo había elegido la Brigada Criminal.
Tuvo la fortuna de que el veterano compañero de Drummond, el Sargento Wilkins
se jubiló ese mismo año. Los principios no fueron fáciles, a Drummond le
costaba digerir trabajar con una mujer, las consideraba demasiado emocionales y
sin los higadillos para gestionar determinadas macabras circunstancias propias
del oficio. Si además, todo el Departamento hacía comentarios sobre las
piernas, los tacones, el escote, el tipo de depilación inguinal y la
profundidad de la garganta de su nueva compañera, aquello se volvía más
indigesto si cabe.
Sin embargo, al cabo de unos pocos meses tuvo que reconocer, que debajo de
todo aquella pantomima de taconeo y lipstick, Lecrerq tenía más huevos y más
agallas que todos los policías que conocía. Él la calificaba de kafkianamente
temeraria, metódica y fría. Él admitía la superioridad en método criminalístico
y la osadía de Lecrerq, y ella aceptaba el instinto y la veteranía de Drummond.
Así llevaban 7 años, con un tira y afloja de respeto y desafío constante.
Trece minutos después subían las ruedas del Land Rover sobre la acera del
1001 Fourth Avenue Plaza y se dirigieron a la entrada principal del Safeco
Building, Drummond se adentró sin pestañear en el edificio mientras Lecrerq
apuntaba con su chupachups sabor cola al equipo de seguridad de Safeco a modo
de saludo despectivo.
Mientras, en ese mismo momento, los hombros de los dos hombres chocaron
accidentalmente cuando Drummond salía de la puerta giratoria y se adentraba en
el hall principal del edificio. Se dedicaron una mirada rápida e inquisitiva,
mientras Drummond tenía uno de sus típicos dejavú intuitivos. No era la primera
vez que veía a aquel tipo, pero no conseguí ubicarlo.
Arvidas Ganopoulos era un tipo fornido, áspero y con una mirada oculta
siempre tras unas gafas de sol. En su cuello había un tatuaje que nacía detrás
de su oreja derecha y se perdía por debajo del cuello de su camiseta. Un ave fénix
y un dragón entrelazados en batalla mortal. Pulseras, anillos y un cordón de
oro con un crucifijo bizantino decoraban al prenda y un puño americano
sobresalía de la funda del cinturón. Parecía albanés o ucraniano se dijo Drummond.
¿Dónde diantres he visto yo a este tipo? - se preguntó -
Discúlpeme, a veces voy como un elefante en una cacharrería - dijo el agente -
Tenga cuidado, los elefantes están en peligro de extinción. Los cazan a
decenas. Tenga un buen día.
Lecrerq echó un vistazo al tipo y viró rápidamente la mirada a Drummond.
¿Lo conoces?
No estoy seguro...
No me jodas Dru, tienes cara de flashback, eso quiere decir que tu maldita
intuición te lo está confirmando - sentenció Lecrerq -
Mientras Ganopoulos se subía en el asiento del copiloto de un Bentley
Bentayga azul riviera, mientras hacía un gesto de despedida a Drummond
tocándose la ceja derecha con dos dedos.
¿Qué hacemos aquí Dru?
Venimos a hablar con Matthias Fullerstein.
¿Con el Director Ejecutivo de Amgen Inc.? - preguntó Lecrerq -
El mismo.
Me parece que antes debemos tener una conversación tú y yo, estoy hasta los
ovarios de seguirte como una idiota. Me vas a explicar ahora mismo que cojones
hacemos aquí y qué relación tiene con el caso.
Mientras en el Bentley,
¿Ese no era el compañero de Wilkins? ¿Te ha reconocido? - preguntó Rashí -
No estoy seguro, pero si me ha reconocido, nos traerá muchos problemas. Así que implora al Beato Papamihali para que no tengamos que liquidarlo.
El Bentayga salía acelerando bruscamente, haciendo chirriar los neumaticos en el asfalto. Mientras las miradas de los dos policias se mantenian mutuamente con fijeza.
Está bien Monique, te contaré. Hace unos años Wilkins y yo estuvimos trajando en un caso similar. Varios profesores de Universidad, prolíficos investigadores en el área de cognición y la inteligencia artificial fueron asesinados o desaparecieron en circunstancias muy extrañas. En aquel entonces la investigación nos llevó a sospechar de varios laboratorios biotecnológicos, entre ellos, Agmen Inc. En aquel entonces no pudimos implicar a ninguna de las compañías, desaparecieron testigos, desaparecieron pruebas y para colmo poco después Wilkins empezó a tener una conducta muy extraña. Se desentendía de muchos aspectos de la investigación, no me cubría ante los superiores, todo muy raro. Lo seguí varias veces, empezó a ser asiduo de un garito, el Ora Nightclub de la 1st Avenue, dónde siempre se reunía con miembros de un grupo albanokosovar, denominado Dragua Zjarri, de muy mala calaña. Resultó ser que este grupo trabajaba para Agmen Inc. como miembros de seguridad, esbirros por hablar en plata. Wilkins en los últimos años de servicio mantuvo el contacto con el grupo, supongo que estaba a sueldo, cuando estaba a punto de jubilarse pidió la baja voluntaria por stress. Y tras jubilarse, como ya sabes, se lo tragó la tierra.
¿Y qué tiene eso que ver con nuestra investigación? - preguntó Lecreq -
Pues antes de entrar en el hall de edificio no estaba muy seguro. Vinimos por impulso. Incluso ahora sigo sin saber exactamente cúal es la conexión. Pero te puedo decir una cosa, el tipo con el que acabo de tropezar al entrar es uno de los miembros del grupo. Y ya sabes, que no creo en las casualidades.
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