LA MALDICIÓN DE UNHÜR

                                                            Foto: Isidro M. Sosa Ramos 

"Somos hijos de la Tierra, nos está prohibido adueñarnos de las almas. Como el resto de las criaturas podemos adueñarnos del fruto y de la carne, ese es el hado de la vida. Pero el mundo de los espíritus de la creación no debe ser mancillado, no debemos apoderarnos de su esencia. la esencia de la vida debe vagar de un cuerpo a otro". 

Esa sentencia se repite una y otra vez dentro de su cabeza, sabe que profana a sus ancestros, que viola las leyes naturales y que su espíritu, y el de sus descendientes, pagará un alto precio por ello. Sin embargo, no puede reprimir su creación, no puede controlar ese impulso interior que lo convida a retener, a captar, a inmortalizar a los demás seres. 

De nuevo sintiéndose un proscrito y un renegado, está sentado en lo más profundo de una caverna en la inmensidad de los bosques de la Sierra de Gredos, y Unhür realiza una vez más su ritual. Se adentra en las profundidades de la Tierra, donde se sabe a solas y a salvo de los suyos, contempla con una pequeña mecha encendida las oquedades de la gruta.

A pesar de que los árboles ya florecen, la noche arrastra una brisa gélida que galopa por los rincones hasta llegar al fondo de la cueva. Esa misma fría corriente de aire acompaña a su secreto. 

Había pasado el día intentando alcanzar a la partida de recolección a la que acompañaba en las inmediaciones de la Poza de Recuercano, aunque en realidad se había retrasado intencionalmente y optado por realizar otro trayecto. 

Arropado por el silencio y la oscuridad observa las formas de la pared, las sombras que la mecha crea al moverla, busca sin cesar. Esa observación minuciosa y detallista, la misma que lo impulsa durante el día a observar con ahínco las siluetas de las nubes, los pelajes moteados de las alimañas, las plumas y los colores de las aves, la mirada de un ciervo, el trotar de un caballo o los troncos retorcidos de las sabinas.

Quiere adivinar alguna de esas formas en el juego de oquedades y sombras, en el leve juego de movimientos de la tenue luz.

Ese ensimismamiento en las formas de la Naturaleza es el que siempre le genera problemas de atención en las tareas cotidianas. Ese incipiente éxtasis artístico es el que hace que pase la noche a solas. Esa necesidad de observar y retener imágenes, ese impulso por buscar los colores, las texturas. A escondidas se pasa el día experimentando cómo reproducir los colores. Mezclando cenizas, arcillas, minerales, sedimentos, hongos. Busca cómo recrear, cómo reproducir imágenes. 

Su soledad es su aliada, nadie más sabe de sus andanzas. No comprende el significado de esa maldición que lo acompaña, sufre por su diferencia, por no poder compartir su quebranto con algún  semejante que sea capaz de no delatarlo. Alguien que le ayude a entender que sucede en su interior, ¿Por qué yo?, se pregunta sin cesar. 

Sin embargo, sucumbe una noche más al embrujo de las sombras, las líneas y los relieves. Una noche más de sacrilegio, robándole el espíritu a las criaturas vivas que terminan representadas en las bóvedas de las cuevas. Una noche más sintiéndose un malnacido, deseando que su maldición termine, solo desea descansar y dormir en paz. 

En sus sueños se aparecen los animales, hablan con él. Le recriminan su osadía y le reprochan su transgresión. Aquellos animales no vienen solos en sus sueños, vienen acompañados por los ancestros. Generaciones y generaciones de miembros de su clan lo señalan, lo repudian. 

De repente todo se detiene en su cabeza, la ha encontrado, es ahí donde yace su obra esta noche. En una de las redondeadas bóvedas del techo la encuentra. Unhür llora de rabia mientras comienza a esbozar el lomo de un bisonte en ese pequeño relieve del techo, no puede detener su maldición y eso le genera una gran zozobra. 

Veinte y seis mil doscientos cuarenta y tres años han pasado, el Profesor Juan Honorio de la Cruz, Catedrático de Paleoantropología de la Universidad de Berkeley contempla junto a su equipo aquella majestuosidad, aquella "Capilla Sixtina" del arte rupestre. Con gran autoridad y seguro de sí mismo, con una gran experiencia en la interpretación de la simbología de la pintura rupestre del periodo Solutrense, ilustra a los alumnos de Doctorado sobre la intencionalidad de los pobladores del Paleolítico Superior de la Sierra de Gredos. 

"Este tipo de arte pictórico se caracterizaba por tener un marcado carácter colectivo, era una forma de inmortalizar las experiencias y de transmitir la información. Era un proceso grupal de veneración de la naturaleza. Con toda seguridad podemos afirmar que este proceso artístico poseía una marcada ritualidad, un afán de compartir. Los miembros más honorables del clan debían de tener preeminencia en este proceso. Es obvio que existía más de un artista en la creación de esta obra, es fácil distinguir en la disposición de trazos de ese bisonte al menos dos personas, un diestro y un zurdo (Unhür y todos los humanos de ese período eran ambidiestros).También podemos afirmar que la elección del lugar, en lo más profundo de la cueva, en una zona de baja humedad, se debe a la intención del grupo por preservar la obra largo tiempo". 

Solo los ojos de Marta ven algo diferente, solo ella nota que aquello era algo distinto a las intelectuales explicaciones del Profesor de La Cruz. Estando en aquella gruta notaba como se erizaba su piel, notaba una presencia. No era la primera vez que notaba aquella sensación pero siempre terminaba poniéndola fuera de su mente. 

Era como si alguien le susurrara al oído, aquella vez quiso prestar atención, quiso escuchar. 

"Estoy solo, nadie me entiende, ayúdame a liberarme de esta maldición".  
                                                                                                                         
                                                                                                                  ISIDRO M. SOSA RAMOS

Comentarios

  1. 👏👏👏 Prestar atención a los pequeños detalles y escuchar. Dos acciones poco habituales entre tanta prisa hoy en día.

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  2. En mi día a día me gustaría ser como un niño pequeño jugando en la arena y hablando consigo mismo sobre como va a construir el castillo. Ahora a eso lo llaman atención plena.

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