CIEN LOSETAS

                                 Foto: Isidro M. Sosa Ramos 

Presta atención a lo que te digo, despertarás con toda probabilidad tumbado en el suelo de una habitación alicatada con losetas blancas y negras, como si fuera un tablero de ajedrez. En cada una, de las losetas encontrarás una nota escrita a mano, identificarás la letra, pero no recordarás a quien pertenece. 
 
Tú estarás recostado en una loseta negra, por lo que jugaras con negras. Tu rol será el de Reina. Por lo que tendrás todas las posibilidades de movimiento. Decidirás a que casilla te mueves en primer lugar y así podrás leer la primera de las notas. 

Tras leer la primera de ellas te darás cuenta de que las notas de las casillas negras cambian su distribución, pasando de manera aleatoria a una casilla distinta. Eso sí, siempre a una casilla negra. Entonces, y según el mensaje de la primera nota, tendrás que decidir tu siguiente movimiento. Repetirás ese procedimiento hasta que despiertes.

Además, tras cada movimiento sabrás si has errado o acertado. Será sencillo, por cada error perderás un diente. Si pierdes todos los dientes, estarás muerto. Repito, estarás muerto y no es ni una metáfora ni una forma de hablar. Sobrevivirás si completas el mensaje, y lo sabrás porque, si sucede, despertarás.

Despertó. Sus ojos, aún cerrados, comenzaron a percibir la claridad que llegaba hasta ellos. Notaba su cuerpo entumecido y engomado, como si hubiese estado en la misma posición durante milenios. La boca y la garganta acartonadas y ásperas, completamente resecas. Sus tripas clamaban y se retorcían pidiendo algo que digerir. Poco a poco pudo abandonar la posición, casi fetal, en la que se encontraba. Se apoyó en el suelo con ambas manos para poder incorporarse hasta estar sentado, en ese momento una nota enrollada como un canutillo se desprendió de su mano. Aun notando resonar en su cabeza la extraña voz de su sueño, tomó la nota nuevamente del suelo y la desenrolló. 

"Comienza la partida, Reina sin Rey" 

Estaba completamente seguro de conocer aquella letra casi caligráfica, pero no podía ponerle nombre a su propietario. 

Cuando terminó de leer la nota, se incorporó y miró a su alrededor, estaba en medio de un bosque. Por el tipo de plantas y los sonidos que llegaban a sus oídos dedujo que era un bosque tropical. Estaba desorientado y se preguntaba qué sentido tenía la nota que acababa de leer tras despertarse. No entendía nada. No estaba en ninguna habitación, no había losetas, ni blancas ni negras. 

Nada encajaba con la descripción que aquella mujer le había dado en su sueño. Quizá todo había sido solo un cúmulo de desvaríos, hambre y sed lo que hacía que alucinara incluso en sueños. 

Conmocionado y confundido, contemplando los grandes troncos de los árboles, repletos de plantas trepadoras, percibiendo los sonidos de pájaros e insectos a su alrededor, los aullidos de monos mimetizados entre las altas y frondosas ramas, cegado por la luz del sol que se colaba entre las copas de los árboles, se sentía levitar en su confusión. 

Dio un primer paso, y para su sorpresa notó algo en su lengua seca. Llevó su mano izquierda hasta sus labios mientras no salía del estupor al notar que acababa de perder un diente.

En ese momento, observando el diente en su mano, comprendió el mensaje. 

Luchaba consigo mismo para no dejarse arrastrar por el pánico, tenía que conservar la calma. El corazón parecía que se le quería salir del pecho y su transpiración, ya desencadenada por la elevada humedad del ambiente, manaba de sus poros como si lloviera a mares sobre su piel. Respiró profundamente mientras observaba el temblor de sus manos. Respiró una y otra vez, entornando los ojos levemente, contando las respiraciones. Catorce, quince, dieciséis, diecisiete, notó como su corazón suavizaba su galope y sus manos calmaban su temblor. 

Concéntrate y mantén la calma se dijo a sí mismo. 

Abrió de nuevo los ojos, esta vez con la intención de observar detenidamente el entorno. Recapitulaba, a la vez, el contenido de la frase.

Le llamó fuertemente la atención un detalle. Estaba rodeado de selva pero se encontraba en un claro, libre de la frondosidad del bosque. Alrededor de él solo había hojas en el suelo. Rascó la superficie dónde se encontraba de pie, retirando las hojas. Debajo de las hojas apenas había tierra y la superficie era completamente plana y lisa. Se agachó presuroso y limpio con las manos el suelo. Maldijo en silencio, una baldosa negra. Terminó de apartar la tierra hasta encontrar las juntas de la baldosa, alrededor encontró baldosas blancas y más baldosas negras. 

Definitivamente, o su sueño era revelador o seguía sumido en un profundo e hiperrealista delirio. 

Nunca había sido un gran jugador de ajedrez pero en épocas pretéritas lo había disfrutado, así que intentó ubicarse, mentalmente dentro de la partida. 

Recapituló el contenido de la nota, reina sin rey, eso podría significar que la partida discurre dando por supuesto que se juega sin rey por lo que la reina sería la pieza por cazar, se dijo así mismo. Si además he perdido el primer diente podría significar que estoy en jaque. 

Observó nuevamente las losetas que tenía alrededor, había limpiado todas las que tenía a su alcance. Se percató de que la última loseta negra a su derecha, dos posiciones de donde se encontraba, tenía una junta más grueso y resaltada en dos de sus lados, dedujo que era una de las esquinas del tablero. 

Aquello era una ayuda, pero en absoluto aclaraba la decisión a tomar. En ese preciso momento las copas de los árboles comenzaron a balancearse con una fuerte brisa, las hojas del suelo se arremolinaron  y elevaron en un torbellino y fueron despejando la superficie entorno a Moche Jiménez. Cuando el viento cesó, la cuadrícula de casillas blancas y negras estaba totalmente despejada. Tablero de cien casillas. Algunas de las casillas negras aparecían bajo el juego de sombras de las ramas y hojas de la espesa jungla, solo casillas negras. 

Aquello lo empujó de golpe a cambiar su percepción del juego. Un momento, reina sin rey, tablero de cien casillas. Reina sin rey, claro, no estamos jugando al ajedrez, estamos jugando a las damas y yo soy la reina de las negras - exclamó - 

Había cinco casillas negras bajo la sombra de los árboles, se sucedían trazando dos diagonales. La primera comenzaba en la casilla negra a su izquierda, en la fila inmediatamente delante de su posición. La segunda pieza continuaba la diagonal hacia la izquierda dos filas por delante de la primera. Las dos siguientes piezas trazaban una diagonal hacia la derecha y la última pieza creaba una última diagonal de nuevo a la derecha. 

Si mi hipótesis es correcta, las piezas que aparecen sombreadas son todas piezas blancas y siendo yo la dama podría hacer un movimiento múltiple para comer las cinco piezas en un movimiento, aunque podrían existir otras explicaciones. Solo hay una, forma de saberlo - concluyó - 

Se desplazó, saltando sobre las casillas sombreadas, describiendo el movimiento múltiple. Tras el primer salto se detuvo, comprobó que sus dientes seguían en su sitio y que esa circunstancia corroboraba al menos parcialmente su idea. Sonrió para sus adentros. 

Continuó haciendo el resto del movimiento, sin detenerse pero lentamente. Sus dientes seguían intactos a cada salto, eso lo motivó aún más. Cuando, el primero de sus pies llegó a la última casilla del movimiento que había planeado, cayó desplomado. 

  
                                                                                                ISIDRO M. SOSA RAMOS 









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