HANSEL Y GRETEL
Foto: Isidro M. Sosa Ramos
Yo llevaba tiempo observando a Hansel, me parecía un tipo peculiar. Lo veía casi a diario, apostado en algún punto entre la parada del metro de Kirschplatz y Leipzinger Straße. Siempre con la funda rígida de su acordeón a cuestas.
A veces le dejaba unas monedas, otras veces le compraba un
capuchino en el take away y se lo acercaba.
Aquella mañana, como cualquier otra, se había colocado en la
confluencia del túnel que conectaba los dos andenes en la estación de
Kirschplatz, se disponía a sacar su acordeón cuando todo comenzó. Gretel pasó
fugaz y con prisa, quiero suponer que llegaba tarde a algún lugar.
Hansel la vio pasar junto a él, taconeando presurosa. Quedo
prendado por su garbo al instante. Ella se perdió en uno de los vagones de la
línea U6, dirección Alter Oper.
Desde aquel instante Hansel, cada mañana, se afanó en encontrar
nuevamente a Gretel en la boca del metro. Pero ella no regresó.
Pasaron los días, las semanas, los meses. Hansel comenzaba a
perder toda esperanza de vislumbrar de nuevo su idílico amor.
Yo observaba como su ánimo se diluía, su música ya no sonaba
igual. Era un hombre que se marchitaba, lentamente, por desamor.
Un aciago día Hansel, estando sentado frente a la doble vía de la
línea U6, en el lado de Espheim, con la mirada perdida en la tristeza la quiso
ver saliendo del vagón, en el andén de enfrente. Sin dudarlo, se precipitó en
el vial con la intención de cruzarlo y alcanzar a su amor. No tuve tiempo de
impedirlo, con la llegada del metro a Espheim acabó su fantástica visión de Gretel
y también su tiempo.
El conductor no pudo detener el convoy a tiempo y la cabecera del
tren sesgó la vida de Hansel. Petrificado, yo me debatía entre la sorpresa y la
incredulidad. Entonces, oí, a mi espalda, aquel característico taconeo que
obnubiló meses atrás la razón de Hansel. Al girarme vi a Gretel. Ella nunca lo
llegó a saber, pero llegaba finalmente, y con retraso mortal, a la parada de
Kirschplatz.
ISIDRO M. SOSA RAMOS
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