EL HILO DORADO DE ANTOPHILA
Las tardes de verano comenzaban a menguar, al menos eso percibía Eusebio Quintanar. La actividad de las abejas era incesante en las últimas semanas y con ello también los preparativos para la recolección. Acababa de despojarse de la careta de su traje de protección, el ahumador apoyado en el cajón de su todoterreno aún emanaba los relajantes efluvios y las colmenas se apilaban en el suelo. Echó mano de la petaca y se alejó colina arriba para sentarse en el prado. Al poco apareció corriendo, procedente de la casa de los Malaspina, el pequeño Joaquinito. Joaquinito tendría cinco años, era el menor de los hijos de Alfredo Malaspina, el médico del pueblo. Los Malaspina vivían en la casa que estaba al otro lado de la colina junto a la alameda del Río Guadalix. Como de costumbre, el niño se sentó frente a él sin mediar palabra, no demasiado cerca, como a tres o cuatro metros de Eusebio. El chiquillo tenía algún tipo de problema que Eusebio desconocía, solo sabía que no le...