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Mostrando entradas de marzo, 2021

EL HILO DORADO DE ANTOPHILA

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Las tardes de verano comenzaban a menguar, al menos eso percibía Eusebio Quintanar. La actividad de las abejas era incesante en las últimas semanas y con ello también los preparativos para la recolección. Acababa de despojarse de la careta de su traje de protección, el ahumador apoyado en el cajón de su todoterreno aún emanaba los relajantes efluvios y las colmenas se apilaban en el suelo. Echó mano de la petaca y se alejó colina arriba para sentarse en el prado. Al poco apareció corriendo, procedente de la casa de los Malaspina, el pequeño Joaquinito. Joaquinito tendría cinco años, era el menor de los hijos de Alfredo Malaspina, el médico del pueblo. Los Malaspina vivían en la casa que estaba al otro lado de la colina junto a la alameda del Río Guadalix. Como de costumbre, el niño se sentó frente a él sin mediar palabra, no demasiado cerca, como a tres o cuatro metros de Eusebio. El chiquillo tenía algún tipo de problema que Eusebio desconocía, solo sabía que no le

LA MIEL INALTERABLE

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Se abrió la puerta y apareció un doctor con cara de circunstancias. Ingrid no quiso ver la realidad impresa en el rostro del médico. Srta. Pessoa, lamento comunicarle que, a pesar de haber hecho todo lo que estaba en nuestras manos, no hemos podido evitar la muerte de su madre. Mi más sentido pésame. El doctor hizo una pequeña pausa, como si quisiera darle un instante para digerir la noticia, antes de continuar; Ahora, si me disculpa, he de seguir con mis responsabilidades. Ella permaneció allí, de pie, en el pasillo de urgencias en medio del trajín típico de los grandes hospitales, sin saber cómo reaccionar. Intentaba no desfallecer. Su mente la había trasladado, haciendo un ejercicio de equilibrio emocional, a su más tierna infancia. A aquellos días, en los que sentada en los escalones de la Praia de Pipa mirando a ese horizonte que prometía un futuro mejor, Leonora cepillaba su melena con la delicadeza que solo una madre es capaz de dar a los rebeldes rizos de una hija

CARTA A MOIRA

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Amada y venerada Moira,  Han pasado eones desde que nos conocimos, sin embargo, parece que fue ayer. Tras años sin saber de ti, en los que sentí que me consumió el infinito Cronos, decidí encaminarme al lugar donde nos encontramos por última vez, con la esperanza de encontrarnos nuevamente en aquellas arenas.  Aquí me hallo, remojando mis pies y, con ello, mi reseco pesar por tu ausencia, en las turquesas aguas de la bahía de Castelluzzo. Rememorando las huellas que dejábamos juntos en el calcáneo manto dorado, que desaparecían con el breve intervalo de la marea.  Entorno una breve y amarga sonrisa, pues siempre manejaste mi destino como las tres Caimas, con una mano hilabas nuestro tiempo juntos, con la otra medias hasta dónde llegaríamos juntos y con tu mirada, casi de azul, blanquecina, cercenabas cualquier anhelo para nuestro común futuro.  Tampoco nada puede reprocharte quien se entregó a tí, desde los inicios, sin leer las condiciones. Sin conocer tu hieratismo y pr

LA PARADOJA DE VISSER

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      La Doctora Visser llevaba años, sin creer en lo que hacía. Estaba hastiada de su anodina existencia, no encontraba sentido a nada de lo que hacía.  Continuaba ojeando las noticias mientras, como un autómata, pautaba las órdenes para ayudar a Jana Madric a salir de su trance. … Jana, a continuación contaré hasta cinco y saldrás de tu trance. Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Abre los ojos – dijo – con una solemnidad y credibilidad a prueba de bombas. Tras aquello, Monique Visser se dedicó, como de costumbre, a divagar sobre la hipnosis. Que si sus efectos liberadores sobre el trauma, que si el proceso de su integración como hecho vital y el absurdo recurso del desarrollo de la capacidad de resiliencia. Pamplinas pensaba Jana mientras oía, por no escuchar, el soliloquio de Visser. Al abandonar la consulta Jana seguía notando el mismo desasosiego de siempre, el mismo galopar desbocado de su corazón dentro del pecho. Hacía ya tiempo que había perdido la esperanza