CARTA A MOIRA


Amada y venerada Moira, 

Han pasado eones desde que nos conocimos, sin embargo, parece que fue ayer. Tras años sin saber de ti, en los que sentí que me consumió el infinito Cronos, decidí encaminarme al lugar donde nos encontramos por última vez, con la esperanza de encontrarnos nuevamente en aquellas arenas. 

Aquí me hallo, remojando mis pies y, con ello, mi reseco pesar por tu ausencia, en las turquesas aguas de la bahía de Castelluzzo. Rememorando las huellas que dejábamos juntos en el calcáneo manto dorado, que desaparecían con el breve intervalo de la marea. 

Entorno una breve y amarga sonrisa, pues siempre manejaste mi destino como las tres Caimas, con una mano hilabas nuestro tiempo juntos, con la otra medias hasta dónde llegaríamos juntos y con tu mirada, casi de azul, blanquecina, cercenabas cualquier anhelo para nuestro común futuro. 

Tampoco nada puede reprocharte quien se entregó a tí, desde los inicios, sin leer las condiciones. Sin conocer tu hieratismo y presumiendo los cantos de eternidad que nunca entonaste. 

En lo más profundo de mi esencia sé, supe y sabré que mi sino es perseguirte eternamente, y mi karma atisbarte solo como un espejismo en el horizonte, quizá saborearte como un aislado sorbo de los efluvios de los tiempos. Por ese motivo me resigno a vagar sin rumbo en los inhóspitos mares de la esperanza. 

Quise saborearte como las manzanas doradas de las Hespérides, como el árbol sagrado del pan o las delicias de Huixtocihualt y tú, despiadada, solo me ofreciste la asfixiante arena del desierto en mi boca. 

Mis pretensiones contigo siempre fueron excesivas, lo reconozco, asumiendo que tarde o temprano sería capaz de convencerte para echar raíces juntos y, unidos como el Tao, poder florecer. 

Subestime por completo tu espíritu, qué siempre ansía llegar al horizonte, y como el horizonte nunca llega o siempre existe uno nuevo para alcanzar, no atendí a tu propia naturaleza que marchitaría con la estática. Así está la cosa entre nosotros, tú huida y yo buscándote, tu paradero desconocido y yo recorriendo páramos para atisbarlo, tu ausencia y mi perdición, tu infamia y mi amor. 

Mil millones de veces quise escribirte, en tiempos pretéritos, mas siempre evoqué una ficticia y nueva ilusión para proseguir a tu encuentro, para posponer lívidamente mi despedida. Sí, así fue. 

No obstante, mi propia condena para la eternidad se volvió paradójica y con la infinitud de los tiempos todo se transformó en liviano primero, en inmaterial después. Las aguas que bañan mis pies terminan de arrastrar a las profundidades de la casa de Neptuno los minúsculos restos de mi necesidad de tu amor no correspondido.

Me he librado de las cadenas que me puse por tu fingido amor, me he quitado la venda de la falsa justicia. Vislumbrando que ni la igualdad, ni la equidad, y ni siquiera la libertad, te representan, pues solo disfrutas con el yugo que dibujabas con tus suaves caricias en torno a mi cuello. 

Escribo estas letras sin ánimo o esperanza de que lleguen a ti. Las escribo como acto y fe de mi liberación. Se acabó la búsqueda, termino el suplicio de no encontrarte, se secó el manantial de mis penas lloradas. 

No me despediré, simplemente lo doy por terminado. 

A partir de esta última sentencia yo seré mi propia Moira, siendo mi propio Bautista, convirtiéndome en mi propio destino.  

                                                                                                     ISIDRO M. SOSA RAMOS 

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