EL SARMIENTO DE LOS VERSOS

 



Siempre existe más de una versión de los hechos, especialmente cuando el destino de los hechos conlleva éxito o penurias para alguno de los implicados, concluyó Minerva.

Terminaba de leer los últimos párrafos de “La fragata de las máscaras” sentada frente a la ribera del río Mossela.

El libro era una reescritura de la novela de Herman Melville “Benito Cereno”. Su autor, Tomàs de Mattos, narra la misma historia que Melville, pero desde los ojos de otros protagonistas.

Ambas historias intentan novelar los acontecimientos acaecidos tiempo antes, a su vez narrados a modo de crónica por Amasa Delano.

Es decir, un acontecimiento, tres puntos de vista, pero solo una realidad.

Dejó el libro sobre la mesa y terminó de un trago la copa de vino, mirando por encima del cristal como, al otro lado del río, las viñas ascendían recostadas en sus contra espalderas por la inclinada ladera. Le encantaba el vino, pero durante los últimos doce días todos los vinos le parecían avinagrados.

Sí, hace doce días, la subinspectora Minerva Evaly, estando sentada en su despacho, en el departamento de homicidios de la Comisaría de Coblenza, recibió la llamada del inspector jefe Mayer. Un doble asesinato, Hermann Röwenstein, propietario de las bodegas Röwenstein - Pilz  y el crítico, experto en vinos Markus Kehlefeld.

Ambos aparecieron muertos en las terrazas de pizarra de los viñedos de la familia Röwenstein – Pilz, amarrados en sendos cabeceros, sentados uno frente al frente con racimos de uvas dibujando una esvástica entre sus cuerpos.

Se había interrogado a las familias, a los trabajadores del viñedo, a los vecinos de Winningen y Rheinhessen, a los compañeros de gremio de Kehlefeld.

De todos era conocido el acalorado debate que habían mantenido tiempo atrás a colación de la publicación del libro de Röwenstein “Le terroir c’est moi”.

Kehlefeld criticó duramente el punto de vista y la definición que daba Röwenstein sobre el nexo de los viticultores con el “terruño”, sus comentarios a la agricultura biodinámica y sus tendencias, a los ojos de Evaly, pseudonazis. Se enzarzaron en un debate digital, que aumentó las discrepancias que mantenían, pero eso había sido todo. O al menos eso parecía hasta que ambos aparecieron muertos.

Evaly estaba completamente perdida, la investigación estaba totalmente estancada. No había indicios, ni sospechosos razonables, solo conjeturas. Subió a su habitación para darse una ducha antes de ir a visitar por enésima vez la escena del crimen.

Al abrir la puerta encontró un sobre de papel verjurado en el suelo, no tenía la membresía del hotel. En su interior encontró una nota con el texto;

“… A veces te nutres de recuerdos mortales,

en tu ola vamos de tumba en tumba,

picapedrero de sepulcro helado …”

No entendía nada, ¿Qué querría decir aquello?, ¿Quién había dejado la nota?. Tecleó en el buscador de su teléfono móvil el texto. Era un fragmento de la “Oda al vino” de Pablo Neruda, pero ¿Cuál era el mensaje?

Preguntó en la recepción, pero nada sabían de la procedencia de la nota. En ese momento llegaba a la recepción Andreas Cölh, su compañero. Sin decir nada, Minerva extendió la mano mostrándole la nota.

Cölh era muy diferente a Minerva, en lo que a espíritu policial se refiere. Cölh no era un policía, era un funcionario público, una especie de burócrata. Sin la mínima implicación personal, sin interés. Hacia lo justo para ganarse el sueldo.

Sin muchas esperanzas de obtener alguna iniciativa para esclarecer el indicio, Minerva miró por un instante a Andreas, mientras él, leía por tercera vez la nota.

Yo haría una visita al cementerio local – dijo Andreas –  encogiéndose de hombros.

Ella estuvo a punto de mandarlo al cuerno, pero un instante antes cambió de opinión. No tenían nada mejor que hacer.

Mientras Andreas conducía, Minerva interpeló;

¿Y qué se supone que buscamos en el cementerio?

Ni idea, yo solo soy el chofer, tú eres la auténtica detective, ¿no?

Guardaron silencio, solo para no comenzar una discusión que degradaría un poco más si cabe la opinión que cada uno tenía del otro.

El cementerio no era muy grande y estaba cerca de las bodegas de Röwenstein, apenas a cuatrocientos metros de la ribera del río, extrañamente ubicado en medio de una zona industrial.

Recorrieron las pequeñas y escasas callejuelas que separaban distintas hileras de tumbas, Minerva puso su atención en la zona reservada a los pequeños panteones familiares. Se acercó hasta allí y fue leyendo el nombre de las inscripciones. Curiosamente, en el centro de la zona de panteones estaba el correspondiente a la familia Röwenstein. No habían visitado el cementerio antes, pues el sepelio de Hermann Röwenstein fue una cremación y Markus Kehlefeld fue enterrado en Colonia.

El panteón familiar albergaba a varias generaciones de los Röwenstein y era una bóveda tabicada sobre cuatro pilares, que formaban cuatro aperturas en forma cuadrangular.

En su interior solo se observaba una cuadrícula formada por doscientas veinticinco losetas cerámicas. En el centro, una escultura en bronce con forma de sarmiento y el apellido familiar.

En la base de la escultura había varios ramos y centros de flores, pero lo que llamó la atención de Minerva fue encontrar un sobre idéntico al hallado en su habitación.

Su colocó un par de guantes, casi por instinto, y tomó el sobre. En su interior había otra nota con el mismo tipo de tipografía que la anterior.

“… Comencé por hacerle comer un par de galletas

embebidas en un poco de Canary

 y luego la llevé a la parte principal del palacio …”

Aquello empezaba a ponerse interesante, se dijo a sí misma la subinspectora Evaly. Le pasó la nota a Andreas;

A ver lumbreras, ¿Qué me puedes decir sobre esta nota? Averigua si pertenece a alguna obra literaria o algo así.

A diferencia de Evaly, para Andreas que cuestionaran su inteligencia y su diligencia profesional se la traía al pairo, ni se inmutó por el comentario sarcástico de su compañera. Introdujo el texto en el navegador;

Pertenece a las Memorias de Casanova.

¿Y qué tiene que ver con nuestra investigación?

No tengo ni idea, pero si no recuerdas mal el Sr. Röwenstein, según sus convecinos, era proclive a los amoríos extraconyugales. Además, si lo de Canary hace referencia a las islas afortunadas, he de recordarte que la mujer de Kehlefeld es oriunda de Lanzarote.

De acuerdo, relee las declaraciones de las dos esposas y dime si encuentras alguna incongruencia. Y ya que estamos aquí, voy a interrogar de nuevo a la mujer de Röwenstein.

En las oficinas informaron a Minerva que la Sra. Louise Röwenstein se encontraba vendimiando en los viñedos que la familia había adquirido recientemente cerca de Dieblich – Berg.

Aunque Minerva creía saber algo de vinos le extrañó mucho que tan adentrados en el mes de noviembre aún fuera tiempo de vendimia.

Aparcó junto a los tractores y se adentró entre las largas líneas de espalderas, el suelo en esa zona de la ribera ya estaba escarchado y los pasos crepitaban a cada zancada.

La Sra. Röwenstein parecía ser bastante mayor que su ya difunto marido, debía de tener al menos doce o trece años más que él. Rondaría los sesenta, aunque mantenía una silueta estilizada. Demasiado elegante para vendimiar, pensó Minerva.

Buenos días Sra. Röwenstein ¿no es demasiado tarde para vendimiar?, esas uvas parecen más pasas que otra cosa.

Louise Röwenstein dejó sus quehaceres y se incorporó;

Se nota que usted no es de la ribera del Mossela querida, si lo fuera sabría que estos racimos se dejan en el sarmiento a propósito.

En las primeras vendimias de la temporada solo se recogen los kabinett, que son las uvas no afectadas por el botrytis o podredumbre noble. La mayor parte de las uvas afectadas se dejan en la planta para ser recolectadas unas semanas más tarde y con la vendimia tardía producimos los spätlese.

Por último, en las épocas que comienzan las heladas recolectamos los últimos racimos afectados por el botrytis que ya han comenzado a secarse, aún en el sarmiento, para elaborar los exquisitos y suntuosos beerenauslese. Pero supongo que no está aquí para recibir clases de viticultura. ¿En qué puedo ayudarla?

Me gustaría hacerle unas preguntas en un lugar un poco más íntimo.

De acuerdo, deme unos minutos. Puede esperarme junto al tractor, iré en seguida.

Sin percatarse, mientras se dirigía hacia la pista de tierra donde estaba aparcado el tractor, alguien la seguía con la mirada. A los pocos minutos apareció la Sra. Röwenstein;

Muy bien subinspectora aquí me tiene, usted dirá.

Lamento incomodarla con mi visita y con mis preguntas. ¿Tenía conocimiento de las relaciones extraconyugales de su marido?

Por unos instantes la mirada de Louise Röwenstein se perdió en las estribaciones del Mossela, antes de devolver la mirada hacia su interlocutora apareció un su rostro una especie de sonrisa complaciente;

Si, inspectora. Lo sabía. Digamos que teníamos un acuerdo tácito, no pactado.

Entiendo. ¿Sabe si su marido guardaba alguna relación con la mujer de Markus Kehlefeld?

Pues no tengo ni idea, que supiera de sus devaneos no quiere decir que conociera las personas implicadas en ellos.

¿Las personas implicadas? – preguntó sorprendida Evaly –

Si agente, por lo que yo sé, en su tórrida actividad también había hombres.

Aquella afirmación dejó descolocada a Evaly, en ningún momento supuso algo así, quizá por eso no era tan buena investigadora como creía. A veces daba cosas por supuestas, sin ni siquiera ser ciertas.

Iba de regreso al coche cuando notó que alguien venía tras sus pasos;

Agente, discúlpeme – interpeló Louise Röwenstein – ¿Conoce a los Lecrerq?

¿Los Lecrerq?

La familia Lecrerq era la antigua propietaria de estos terrenos,  nosotros los adquirimos hace cuatro años, aprovechando su mala situación económica. Creo que desde entonces tienen un poco más de animadversión, si cabe, hacia nosotros. Pero eso no creo que tenga nada que ver con lo que le sucedió a mi marido y a Markus Kehlefeld.

Y entonces ¿Para qué me cuenta todo eso?

Verá, aunque no conozco todos los amantes de mi difunto marido, sí sé que durante un tiempo tuvo un affaire con el menor de los hijos de Jean-Claude Lecrerq, Phillip Lecrerq. Desde antes de que pasará todo esto yo había notado que algo no iba bien, cada vez que se encontraban se podía cortar la tensión en el aire entre ellos y la mirada del joven Phillip emanaba un odio profundo.

Después de lo sucedido estuvo varios días ausentándose del trabajo sin previo aviso. Me propuse averiguar que sucedía. Tras su regreso ha mantenido una actitud esquiva, incapaz de mantenerme la mirada.

Espere, espere. ¿Insinúa que Phillip Lecrerq tiene alguna relación con los asesinatos de su marido y el Sr. Kehlefeld? Y de ser así ¿Por qué no nos había puesto sobre el indicio cuando la interrogamos?

Sabe, agente. Yo no soy policía, pero por mi condición de mujer, madre y cornuda la intuición puede llegar a agudizarse hasta límites insospechados. Sin embargo, quería ver la reacción del joven al verlos llegar.

¿Eso quiere decir que usted sabía que nosotros apareceríamos por aquí?

No, agente. Yo no sabía que ustedes aparecerían por aquí, pero sí  procuré ponerlos tras la pista. Yo dejé la nota en su habitación y también en el panteón familiar.

Pues no me gustan nada ese tipo de juegos de intriga – espetó Evaly –

Lo imagino, pero han surtido efecto. El menor de los Lecrerq acaba de marcharse en el mismo momento en que usted se dirigía a su coche. Lo podríamos llamar casualidad, pero como buena mujer e investigadora estará conmigo en que las casualidades no existen. Supongo que podría haber actuado de otra forma, yendo directamente a ustedes, pero como dijo Lady Macbeth:

“… Lo que a ellos les ha embriagado a mí me presta osadía; lo que les ha dominado, a mí me anima …”

Maldita sea Sra. Röwenstein no estoy para parafrasear a Shakespeare. ¿Dónde puedo encontrar a Phillip Lecrerq? – preguntó Evaly –

No lo sé, puedo darle la dirección de la casa familiar. No está lejos de aquí. El menor de los Lecrerq vive en una pequeña cabaña en el extremo de la finca familiar, lindando con el bosque.

Con la dirección en el navegador del coche Evaly salió con estrépito en dirección a la finca de los Lecrerq, mientras llamaba a Andreas;

Estaba a punto de llamarte Evaly, te voy a contar algo que te dejará de piedra. Markus Kehlefeld era bisexual, me lo acaba de contar su mujer por teléfono.

El frenazo fue tan brusco que el teléfono de la subinspectora se desenganchó de su soporte y fue a golpear contra el parabrisas del coche. Tras unos instantes de perplejidad, Evaly le contó lo que ella sabía a Andreas y ambos se pusieron en camino a la finca de los Lecrerq. Mientras ponía en marca de nuevo el coche, Minerva Evaly exclamó por el manos libres;

            Por cierto Andreas, pide refuerzos.

Cuando llegaron a las inmediaciones de la cabaña parecía todo muy calmado. Demasiado calmado.

Según la familia, Phillip Lecrerq no había estado aquel día por allí – afirmó Andreas –

En ese mismo instante, estando ya a escasos metros de la entrada de la cabaña, un sonido quebradizo como de crepitar de soga llegó hasta los oídos de los agentes.

Al tornar la mirada en la dirección de la que procedía el sonido, pudieron apreciar el cuerpo del joven Lecrerq balanceándose, pendido por el cuello desde el extremo una gruesa soga.

A los pies del fallecido había una nota con su confesión. Al parecer el joven Phillip Lecrerq mantenía un idilio con Hermann Röwenstein. Un idilio desigual pues, mientras el muchacho estaba perdidamente enamorado de Röwenstein, para Hermann era solo un tierno pasatiempo. Según la nota de confesión,  Lecrerq en una visita, tan sorpresiva como desafortunada, descubrió a Hermann Röwenstein yaciendo con Markus Kehlefeld.

Ambos se mofaron de su reacción de desamor y este, en un ataque de cólera desmedida juró vengarse, juramento al que ninguno de los dos prestó la menor importancia.

Phillip los había seguido aquella tarde hasta los viñedos y allí consumó su venganza. Dejando la esvástica como representación del bienestar por su obra culminada.       

La subinspectora estaba sentada en la terraza del hotel, terminaba una copa de vino que ya no amargaba, cuando apareció Andreas Cölh con una sonrisa pícara en su cara.

Me he tomado la libertad de comprarte un libro – dijo Andreas – alargando una bolsa de cartón con letras doradas. Espero que lo disfrutes. También te escribí una nota, con una frase que a mí me gustó mucho cuando leí el libro. Creo que viene que ni pintada para esta ocasión.

Sin esperar respuesta, se dio la vuelta y desapareció camino de su coche.

Al abrir la nota, Evaly pudo leer;

Del Lazarillo de Tormes, Tratado Séptimo, página cincuenta y tres:

“… Y es que tengo cargo de pregonar los vinos que en esta ciudad se venden, y en almonedas, y cosas perdidas, acompañar los que padecen persecución por justicia y declarar a voces sus delitos …”

                                                                                            ISIDRO MANUEL SOSA RAMOS

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